domingo, 30 de septiembre de 2012

El DTC en línea


El célebre Dictionnaire de Théologie Catholique, conocido por como el DTC, está disponible en 30 volúmenes gracias al sitio de Brasil Obras católicas. Se trata de una obra de consulta para los  interesados en profundizar en cuestiones teológicas y afines. Al parecer, por razones de derechos de autor, no pueden consultarse todavía los índices. La obra se  encuentra aquí.

El DTC en línea


El célebre Dictionnaire de Théologie Catholique, conocido por como el DTC, está disponible en 30 volúmenes gracias al sitio de Brasil Obras católicas. Se trata de una obra de consulta para los  interesados en profundizar en cuestiones teológicas y afines. Al parecer, por razones de derechos de autor, no pueden consultarse todavía los índices. La obra se  encuentra aquí.

viernes, 28 de septiembre de 2012

La intelectualidad en la TFP

Reproducimos aquí dos entradas de una bitácora que trae interesantes testimonios acerca de  Tradición, Familia y Propiedad y los Heraldos del Evangelio

I. Salvando la figura del Dr. Plinio y su constante esfuerzo por darle al grupo un fundamento doctrinario, intelectual, racional, se puede afirmar que las bases de la institución son mayoritariamente sentimentales y pasionales: su racionalidad es sometida a su apasionamiento, a su entusiasmo, esto es: no es necesario entender mucho, es necesario ser entusiasmado. El grupo no está interesado en adeptos que piensen sino en adeptos que se entusiasmen. A mayor entusiasmo menos críticas ni disidencias, quien está entusiasmado no puede, ni quiere, ver ni aceptar otras opciones. El grupo le teme al desarrollo intelectual ya que es con él que salen a la luz las grandes contradicciones internas.
Así, la vida intelectual en las sedes ha sido siempre prácticamente inexistente, incluso se podría decir que casi no hay intelectuales en el grupo. El grupo fundado y liderado por el Dr. Plinio se fue transformando, con el pasar del tiempo, en un círculo cada vez más cerrado sobre sí mismo, en un ejercicio creciente de auto contemplación, llegando a los extremos del aislamiento los últimos años antes de su muerte, cuando se va abandonando cualquier actividad pública.
Unos pocos, llevando una vida de camaldulenses, hacían estudios más serios sobre algunos temas, pero al margen del común del grupo. Algunos de estos se reunían una vez por semana en la llamada “comisión médica” donde exponían sus estudios según los lineamientos que el Dr. Plinio les iba dando. Lamentablemente los miembros de esta "comisión médica" no eran ni bien vistos, ni apreciados por los entusiasmados quienes veían en ellos personas sin valor, perdiendo el tiempo y haciéndole perder tiempo al Dr. Plinio, sin embargo eran estos intelectuales quienes se dedicaban a proporcionar material para la publicación de los diferentes libros que a lo largo de la existencia de la TFP iban apareciendo. Una entidad como esta dedicada en parte a la lucha ideológica no puede justificar esa laguna tan grande, es decir que el único autor era el Dr. Plinio y esporádicamente un par mas. Pero, nuevamente, dedicarse a algún estudio o a alguna actividad intelectual era muy algo muy mal visto internamente, incluso el estudiar al Dr. Plinio y su obra era desestimulado: no hay que entender, hay que amar.
Por otro lado en el grupo se desalentaba cualquier estudio extramuros por diferentes razones: La bagarre llega este año, no tiene sentido estudiar una carrera que no tendrá utilidad en el Reino de María. El Grand Retour nos infundirá la Ciencia y Sabiduría Divina. Las universidades están llenas de mujeres (fassuras) y los compañeros serán todos filhos das trevas, que nos incitarán al pecado y a la Revolución. Estudiar nos generará "carrerosa" (mundanismo) y uno podría terminar queriendo más su carrera que la vida del grupo.
El Dr. Plinio en innúmeras ocasiones se quejó de la falta de formación de los miembros del grupo y las pocas e inconsistentes iniciativas de Joao Clá para intentar mejorar esa situación entre los jóvenes a su cargo tuvieron resultados prácticamente nulos. Es que la formación académica o intelectual no era ni de lejos una cuestión que le preocupase a Joao. Desde que en las diferentes reuniones se dejasen la garganta gritando “ooohhh!”, "fenomenaaaaal!" cada cinco minutos por cualquier bobada estaba todo bien, y cuando terminaba la reunión y uno rataba de comentar algo era como si esta se hubiera evaporado de sus mentes. No era otra cosa que participar en una histeria colectiva, como en un concierto de rock, en el que se grita sin saber siquiera de qué va lo que se está escuchando.
Esa misma vida que hacíamos en la TFP continua exactamente igual en los HE. Los primeros sacerdotes de los ahora Heraldos del Evangelio vienen justamente de ese vacío intelectual (salvo poquísimas excepciones), y no han asistido a un seminario con un currículum apropiado, sus ordenaciones han sido a las carreras, improvisadas, en general apenas si estudian algo metódicamente. Algunos recién empiezan a ir a universidades a estudiar filosofía y teología (finalmente, a pesar de no ser sino un mero trámite a cumplir). Sin embargo la tendencia es, al transformarse en una congregación sacerdotal, intentar que todos los posibles estudios sean dentro de la propia institución afín de evitar que se contaminen con doctrinas ajenas a ella y con ambientes normales.
II. No creo que haya instituciones similares a la TFP-Heraldos en lo que respecta a la dependencia discípulo-fundador. Se toma muy en serio aquello de imitar al fundador en todo. Bueno, “se toma muy en serio..." o hay un verdadero trastorno allá adentro. 
Los gustos personales del Dr. Plinio marcan la vida del miembro del grupo. Cuando PCO era joven y estaba en las Congregaciones Marianas asistía a las reuniones en los salones parroquiales junto a las "velhotas" y los "carolas", inmerso en un ambiente de sebo, polvo y mediocridad asfixiante como él mismo describía esos años de su vida. Era común servir arroz con leche en esas reuniones, así el Dr. Plinio asoció ese postre con mediocridad. Eso no es nada raro en cualquier ser humano, la asociación de determinados gustos y situaciones construyen nuestros recuerdos. Pero nosotros, como sus discípulos, debíamos también rechazar ese postre por nuestra obligación de imitar al fundador, nunca se serviría arroz con leche en alguna sede, quien manifieste agrado por él estará en la rampa de la apostasía pues eso sería un "nódulo" de conflicto con el Fundador tal como nos enseña Joao Clá. 
"El pescado es una excusa para comer una buena salsa" sentenció el Dr. Plinio. De ahí en adelante nadie en el grupo osaría elogiar un pescado por miedo a no estar en los pasos del Fundador. Al Dr. Plinio le gusta comer sesos de vaca, a mí no, entonces yo tengo un serio problema. Al Dr. Plinio no le gusta J. S. Bach, a mí sí, debo rectificar mis gustos pues si no estoy en el camino al infierno. El Dr. Plinio afirma que en el Reino de María no habrá chocolate, hay que dejar de gustar de él.
Estos son apenas un par de ejemplos de cómo era "la vida cotidiana en los tiempos de Plinio". Pero esa dependencia en gustos culinarios es apenas la punta del iceberg una vez que PCO opinaba sobre absolutamente todo, pasaba horas en reuniones, pequeñas conversaciones, comidas, traslados en coche y todos sus comentarios eran grabados para luego ser dactilografiados y dados a conocer a todos los miembros del grupo en el mundo entero. Joao Clá en sus reuniones los sábados y domingos, llamadas jour-le-jour, nos daba el resumen semanal de actividades y comentarios de Plinio, pero ni siquiera las seis horas que duraba cada reunión eran suficientes para digerir completa la semana de Plinio. De esa manera eran formados nuestros gustos en música, arquitectura, pintura, historia, culinaria, colores y sabores, en una palabra: todo, según el gusto particular de nuestro fundador.
Y como a Plinio le considerábamos como el mayor santo después de la propia Virgen María -la propia encarnación del Inmaculado Corazón de María (sic!)- sus comentarios los teníamos como sentencias divinas, imposibles de no seguir fielmente sin exponernos a la condenación de nuestras almas. Joao es el gran apóstol de esta peculiar unión con el fundador, ninguno de nosotros podía sospechar en aquellos no tan remotos años que él mismo se convertiría en un nuevo Plinio (a profeta muerto, profeta puesto) y sería considerado por unos como el co-fundador del Reino de María, por otros simplemente como el continuador de Plinio, sin embargo lo que no se podría sospechar jamás era que sus nuevos discípulos caerían en las mismas actitudes de servil alienación e imitación al nuevo jefe. 
Para los nuevos adeptos que no conocieron a PCO, Joao es el modelo a imitar (¿si no me aman a mí que me conocen, como amarán al Dr. Plinio a quien no conocen?) y así volvemos al comienzo de la historia: si a nuestro papito le gusta el Guaraná Champagne, será mandatorio elogiar este refresco brasileiro. Si papitodice que hay que ocultar a Plinio y separase de él hasta que venga la bagarre, nadie protestará. Ayer papito despreciaba en público el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, hoy se hace ordenar y le gusta mostrarse como "monseñor". Todo eso me hace reflexionar que para ser miembro del grupo hay que definitivamente dejar de pensar por sí mismo, abandonar todo raciocinio, apagar el cerebro y estar dispuesto a ser completamente manipulable.

La intelectualidad en la TFP

Reproducimos aquí dos entradas de una bitácora que trae interesantes testimonios acerca de  Tradición, Familia y Propiedad y los Heraldos del Evangelio

I. Salvando la figura del Dr. Plinio y su constante esfuerzo por darle al grupo un fundamento doctrinario, intelectual, racional, se puede afirmar que las bases de la institución son mayoritariamente sentimentales y pasionales: su racionalidad es sometida a su apasionamiento, a su entusiasmo, esto es: no es necesario entender mucho, es necesario ser entusiasmado. El grupo no está interesado en adeptos que piensen sino en adeptos que se entusiasmen. A mayor entusiasmo menos críticas ni disidencias, quien está entusiasmado no puede, ni quiere, ver ni aceptar otras opciones. El grupo le teme al desarrollo intelectual ya que es con él que salen a la luz las grandes contradicciones internas.
Así, la vida intelectual en las sedes ha sido siempre prácticamente inexistente, incluso se podría decir que casi no hay intelectuales en el grupo. El grupo fundado y liderado por el Dr. Plinio se fue transformando, con el pasar del tiempo, en un círculo cada vez más cerrado sobre sí mismo, en un ejercicio creciente de auto contemplación, llegando a los extremos del aislamiento los últimos años antes de su muerte, cuando se va abandonando cualquier actividad pública.
Unos pocos, llevando una vida de camaldulenses, hacían estudios más serios sobre algunos temas, pero al margen del común del grupo. Algunos de estos se reunían una vez por semana en la llamada “comisión médica” donde exponían sus estudios según los lineamientos que el Dr. Plinio les iba dando. Lamentablemente los miembros de esta "comisión médica" no eran ni bien vistos, ni apreciados por los entusiasmados quienes veían en ellos personas sin valor, perdiendo el tiempo y haciéndole perder tiempo al Dr. Plinio, sin embargo eran estos intelectuales quienes se dedicaban a proporcionar material para la publicación de los diferentes libros que a lo largo de la existencia de la TFP iban apareciendo. Una entidad como esta dedicada en parte a la lucha ideológica no puede justificar esa laguna tan grande, es decir que el único autor era el Dr. Plinio y esporádicamente un par mas. Pero, nuevamente, dedicarse a algún estudio o a alguna actividad intelectual era muy algo muy mal visto internamente, incluso el estudiar al Dr. Plinio y su obra era desestimulado: no hay que entender, hay que amar.
Por otro lado en el grupo se desalentaba cualquier estudio extramuros por diferentes razones: La bagarre llega este año, no tiene sentido estudiar una carrera que no tendrá utilidad en el Reino de María. El Grand Retour nos infundirá la Ciencia y Sabiduría Divina. Las universidades están llenas de mujeres (fassuras) y los compañeros serán todos filhos das trevas, que nos incitarán al pecado y a la Revolución. Estudiar nos generará "carrerosa" (mundanismo) y uno podría terminar queriendo más su carrera que la vida del grupo.
El Dr. Plinio en innúmeras ocasiones se quejó de la falta de formación de los miembros del grupo y las pocas e inconsistentes iniciativas de Joao Clá para intentar mejorar esa situación entre los jóvenes a su cargo tuvieron resultados prácticamente nulos. Es que la formación académica o intelectual no era ni de lejos una cuestión que le preocupase a Joao. Desde que en las diferentes reuniones se dejasen la garganta gritando “ooohhh!”, "fenomenaaaaal!" cada cinco minutos por cualquier bobada estaba todo bien, y cuando terminaba la reunión y uno rataba de comentar algo era como si esta se hubiera evaporado de sus mentes. No era otra cosa que participar en una histeria colectiva, como en un concierto de rock, en el que se grita sin saber siquiera de qué va lo que se está escuchando.
Esa misma vida que hacíamos en la TFP continua exactamente igual en los HE. Los primeros sacerdotes de los ahora Heraldos del Evangelio vienen justamente de ese vacío intelectual (salvo poquísimas excepciones), y no han asistido a un seminario con un currículum apropiado, sus ordenaciones han sido a las carreras, improvisadas, en general apenas si estudian algo metódicamente. Algunos recién empiezan a ir a universidades a estudiar filosofía y teología (finalmente, a pesar de no ser sino un mero trámite a cumplir). Sin embargo la tendencia es, al transformarse en una congregación sacerdotal, intentar que todos los posibles estudios sean dentro de la propia institución afín de evitar que se contaminen con doctrinas ajenas a ella y con ambientes normales.
II. No creo que haya instituciones similares a la TFP-Heraldos en lo que respecta a la dependencia discípulo-fundador. Se toma muy en serio aquello de imitar al fundador en todo. Bueno, “se toma muy en serio..." o hay un verdadero trastorno allá adentro. 
Los gustos personales del Dr. Plinio marcan la vida del miembro del grupo. Cuando PCO era joven y estaba en las Congregaciones Marianas asistía a las reuniones en los salones parroquiales junto a las "velhotas" y los "carolas", inmerso en un ambiente de sebo, polvo y mediocridad asfixiante como él mismo describía esos años de su vida. Era común servir arroz con leche en esas reuniones, así el Dr. Plinio asoció ese postre con mediocridad. Eso no es nada raro en cualquier ser humano, la asociación de determinados gustos y situaciones construyen nuestros recuerdos. Pero nosotros, como sus discípulos, debíamos también rechazar ese postre por nuestra obligación de imitar al fundador, nunca se serviría arroz con leche en alguna sede, quien manifieste agrado por él estará en la rampa de la apostasía pues eso sería un "nódulo" de conflicto con el Fundador tal como nos enseña Joao Clá. 
"El pescado es una excusa para comer una buena salsa" sentenció el Dr. Plinio. De ahí en adelante nadie en el grupo osaría elogiar un pescado por miedo a no estar en los pasos del Fundador. Al Dr. Plinio le gusta comer sesos de vaca, a mí no, entonces yo tengo un serio problema. Al Dr. Plinio no le gusta J. S. Bach, a mí sí, debo rectificar mis gustos pues si no estoy en el camino al infierno. El Dr. Plinio afirma que en el Reino de María no habrá chocolate, hay que dejar de gustar de él.
Estos son apenas un par de ejemplos de cómo era "la vida cotidiana en los tiempos de Plinio". Pero esa dependencia en gustos culinarios es apenas la punta del iceberg una vez que PCO opinaba sobre absolutamente todo, pasaba horas en reuniones, pequeñas conversaciones, comidas, traslados en coche y todos sus comentarios eran grabados para luego ser dactilografiados y dados a conocer a todos los miembros del grupo en el mundo entero. Joao Clá en sus reuniones los sábados y domingos, llamadas jour-le-jour, nos daba el resumen semanal de actividades y comentarios de Plinio, pero ni siquiera las seis horas que duraba cada reunión eran suficientes para digerir completa la semana de Plinio. De esa manera eran formados nuestros gustos en música, arquitectura, pintura, historia, culinaria, colores y sabores, en una palabra: todo, según el gusto particular de nuestro fundador.
Y como a Plinio le considerábamos como el mayor santo después de la propia Virgen María -la propia encarnación del Inmaculado Corazón de María (sic!)- sus comentarios los teníamos como sentencias divinas, imposibles de no seguir fielmente sin exponernos a la condenación de nuestras almas. Joao es el gran apóstol de esta peculiar unión con el fundador, ninguno de nosotros podía sospechar en aquellos no tan remotos años que él mismo se convertiría en un nuevo Plinio (a profeta muerto, profeta puesto) y sería considerado por unos como el co-fundador del Reino de María, por otros simplemente como el continuador de Plinio, sin embargo lo que no se podría sospechar jamás era que sus nuevos discípulos caerían en las mismas actitudes de servil alienación e imitación al nuevo jefe. 
Para los nuevos adeptos que no conocieron a PCO, Joao es el modelo a imitar (¿si no me aman a mí que me conocen, como amarán al Dr. Plinio a quien no conocen?) y así volvemos al comienzo de la historia: si a nuestro papito le gusta el Guaraná Champagne, será mandatorio elogiar este refresco brasileiro. Si papitodice que hay que ocultar a Plinio y separase de él hasta que venga la bagarre, nadie protestará. Ayer papito despreciaba en público el sacerdocio y la jerarquía de la Iglesia, hoy se hace ordenar y le gusta mostrarse como "monseñor". Todo eso me hace reflexionar que para ser miembro del grupo hay que definitivamente dejar de pensar por sí mismo, abandonar todo raciocinio, apagar el cerebro y estar dispuesto a ser completamente manipulable.

lunes, 24 de septiembre de 2012

Algo más sobre la prudencia

Jean Madiran.

El dominio de la virtud de la prudencia.
Este territorio escamoteado, mal conocido, olvidado, que incluso no se nombra más, es el de la prudencia, de la virtud cardinal de la prudencia.
Casi todo el mundo, aun los más eruditos y sabios, omiten el rol cardinal de la prudencia, o no se habla de ella sino como si se tratase de tomar un paraguas cuando el cielo se cubre, o bajar el tono de voz delante de los agentes de la fuerza pública, o tratar de huir precipitadamente cuando se oye gritar "socorro" en un barrio incierto después de la caída de la noche.
El primero de estos tres ejemplos representa la forma más anodina de la virtud de la prudencia; el segundo peligra de ser ya una extrapolación; el tercero es una vergonzosa perversión. Pero es sobre todo bajo estas tres formas que se conoce ordinariamente la "prudencia" hoy en día.
El catecismo dice otra cosa. Después de las tres "virtudes teologales" de fe, de esperanza y de caridad, enumera "las virtudes morales" de las cuales cuatro son cardinales: la justicia, la fortaleza, la templanza y la prudencia. Es cierto que los catecismos para chicos, al menos los que tenemos a la mano, enumeran estas virtudes sin más; y sin siquiera definirlas; reservando su insistencia a la descripción de los vicios que se les oponen. Hay sin duda en esto una razón pedagógica. Tomemos un catecismo para adultos: inspirándose en una fórmula de San Agustín enseña que la prudencia es la virtud que "hace que para todas las cosas juzguemos correctamente lo que es necesario buscar de lo que es necesario evitar". No es ni la doctrina obligatoria por sí sola, ni ninguna opción libre de orden "técnico" las que puedan bastarnos para dirigir de este modo nuestra conducta.
Haciendo uso de una comparación automovilística, Marcel Clement enseña graciosamente, aunque no sin exactitud, que si la justicia es la virtud "ordenanza" (ordenanza de tráfico), la fortaleza es la virtud motor y la templanza la virtud "frenoi".
Pero la prudencia, que no es la templanza, y que no es tampoco un freno, como lo creen los ignorantes cuando usan sonoramente la palabra, la prudencia es la virtud "volante" (en términos automovilísticos).
Si se quiere una definición más elaborada de la prudencia y menos imaginativa, diremos con Santo Tomás que el rol propio de esta virtud intelectual y moral es el de "hacer derivar las conclusiones particulares, es decir las acciones prácticas, de las reglas morales universales". Santo Tomás precisa: "La prudencia no designa su fin propio a las virtudes, no razona reglas de moralidad que ella supone conocidas y queridas, sino discierne y dicta solamente las acciones que le convienen".
La prudencia no elige pues el fin a conseguir: este fin es teóricamente propuesto por la doctrina y prácticamente buscado por las virtudes. No inventa tampoco los medios prácticos: su elaboración es del orden que hoy llamamos "técnico".
La prudencia —el juicio prudencial— es lo que decide en cada caso concreto que para trabajar en dirección al fin propuesto por la doctrina, es necesario elegir éste y no aquél camino entre los medios honestos puestos a disposición por la técnica. (Es también ella la que decide en cada caso concreto lo que conviene hacer para que la doctrina sea mejor conocida). Es también ella la que decide para cada circunstancia que esta regla moral de la doctrina, y no aquella otra, conviene aplicar: "La prudencia aplica los principios universales a las conclusiones particulares en materia de acción" (Suma Teológica, II-II).
La prudencia no es un juicio aislado, sino una virtud, es decir una actitud permanente. En resumen, se puede decir: "La prudencia es la disposición permanente para aplicar de modo experimentado los principios de la moral a las circunstancias particulares" (M. Clement: Catéchisme de sciences sociales, fascicule I, Nouvelles Editions Latines, 1959, p. 27).
Lo que no es ni doctrinal ni técnico.
Podemos ahora darnos cuenta por qué la distinción corriente entre "doctrina" y "opciones" no basta para esclarecer y apaciguar las divisiones entre católicos.
Es bien evidente que todos los católicos deben o deberían estar de acuerdo en la doctrina obligatoria: y pasa sin duda, que se diverge sobre la doctrina, imperfectamente o desigualmente conocida. Es también evidente que sería inmoral y absurdo dividirse mortalmente por imperdonables querellas sobre la elección técnica de la mejor manera de construir submarinos o de favorecer el estacionamiento en París: aunque llega a suceder que una pasión excesiva y el amor propio dan a estos desacuerdos técnicos una importancia exagerada. Pero, lo más frecuente, es que no sea sobre este punto que nazcan terribles oposiciones.
El principal campo de enfrentamientos de las tendencias contrarias no es ni doctrinal ni técnico: se sitúa en el punto donde es necesario decidir el modo de llevar a la práctica, en circunstancias dadas, las decisiones técnicas conformes a las reglas doctrinales; es de orden prudencial y se sitúa en este tercer plano del cual no se habla y ante el cual se cierran los ojos. Ahí donde existen, como ocurre hoy en día, graves deficiencias doctrinales, es raro que se manifiesten en cuanto tales: aparecen sobre todo por sus consecuencias a nivel de la virtud de la prudencia.
No disponiendo más que de una distinción en dos términos, doctrina y técnica (o doctrina y opciones libres), uno es llevado a considerar el conjunto del campo prudencial:
1. sea como derivando pura y simplemente de la doctrina, lo cual es abusivo y termina por originar un autoritarismo, un rigorismo caricaturesco;
2. sea como perteneciendo a las opciones de orden técnico, lo cual es una blandura generadora de escepticismo y de anarquía.
Se pone entre paréntesis, se suprime el campo de acción, la zona propia de la virtud que es "en términos absolutos, la principal de las virtudes morales." (Suma Teológica II-II).
Tomado de:
Madiran, J. Doctrina, prudencia y opciones libres. En rev. Verbo, Buenos Aires, n. 70, mayo de 1967, ps. 6 y ss.

Algo más sobre la prudencia

Jean Madiran.

El dominio de la virtud de la prudencia.
Este territorio escamoteado, mal conocido, olvidado, que incluso no se nombra más, es el de la prudencia, de la virtud cardinal de la prudencia.
Casi todo el mundo, aun los más eruditos y sabios, omiten el rol cardinal de la prudencia, o no se habla de ella sino como si se tratase de tomar un paraguas cuando el cielo se cubre, o bajar el tono de voz delante de los agentes de la fuerza pública, o tratar de huir precipitadamente cuando se oye gritar "socorro" en un barrio incierto después de la caída de la noche.
El primero de estos tres ejemplos representa la forma más anodina de la virtud de la prudencia; el segundo peligra de ser ya una extrapolación; el tercero es una vergonzosa perversión. Pero es sobre todo bajo estas tres formas que se conoce ordinariamente la "prudencia" hoy en día.
El catecismo dice otra cosa. Después de las tres "virtudes teologales" de fe, de esperanza y de caridad, enumera "las virtudes morales" de las cuales cuatro son cardinales: la justicia, la fortaleza, la templanza y la prudencia. Es cierto que los catecismos para chicos, al menos los que tenemos a la mano, enumeran estas virtudes sin más; y sin siquiera definirlas; reservando su insistencia a la descripción de los vicios que se les oponen. Hay sin duda en esto una razón pedagógica. Tomemos un catecismo para adultos: inspirándose en una fórmula de San Agustín enseña que la prudencia es la virtud que "hace que para todas las cosas juzguemos correctamente lo que es necesario buscar de lo que es necesario evitar". No es ni la doctrina obligatoria por sí sola, ni ninguna opción libre de orden "técnico" las que puedan bastarnos para dirigir de este modo nuestra conducta.
Haciendo uso de una comparación automovilística, Marcel Clement enseña graciosamente, aunque no sin exactitud, que si la justicia es la virtud "ordenanza" (ordenanza de tráfico), la fortaleza es la virtud motor y la templanza la virtud "frenoi".
Pero la prudencia, que no es la templanza, y que no es tampoco un freno, como lo creen los ignorantes cuando usan sonoramente la palabra, la prudencia es la virtud "volante" (en términos automovilísticos).
Si se quiere una definición más elaborada de la prudencia y menos imaginativa, diremos con Santo Tomás que el rol propio de esta virtud intelectual y moral es el de "hacer derivar las conclusiones particulares, es decir las acciones prácticas, de las reglas morales universales". Santo Tomás precisa: "La prudencia no designa su fin propio a las virtudes, no razona reglas de moralidad que ella supone conocidas y queridas, sino discierne y dicta solamente las acciones que le convienen".
La prudencia no elige pues el fin a conseguir: este fin es teóricamente propuesto por la doctrina y prácticamente buscado por las virtudes. No inventa tampoco los medios prácticos: su elaboración es del orden que hoy llamamos "técnico".
La prudencia —el juicio prudencial— es lo que decide en cada caso concreto que para trabajar en dirección al fin propuesto por la doctrina, es necesario elegir éste y no aquél camino entre los medios honestos puestos a disposición por la técnica. (Es también ella la que decide en cada caso concreto lo que conviene hacer para que la doctrina sea mejor conocida). Es también ella la que decide para cada circunstancia que esta regla moral de la doctrina, y no aquella otra, conviene aplicar: "La prudencia aplica los principios universales a las conclusiones particulares en materia de acción" (Suma Teológica, II-II).
La prudencia no es un juicio aislado, sino una virtud, es decir una actitud permanente. En resumen, se puede decir: "La prudencia es la disposición permanente para aplicar de modo experimentado los principios de la moral a las circunstancias particulares" (M. Clement: Catéchisme de sciences sociales, fascicule I, Nouvelles Editions Latines, 1959, p. 27).
Lo que no es ni doctrinal ni técnico.
Podemos ahora darnos cuenta por qué la distinción corriente entre "doctrina" y "opciones" no basta para esclarecer y apaciguar las divisiones entre católicos.
Es bien evidente que todos los católicos deben o deberían estar de acuerdo en la doctrina obligatoria: y pasa sin duda, que se diverge sobre la doctrina, imperfectamente o desigualmente conocida. Es también evidente que sería inmoral y absurdo dividirse mortalmente por imperdonables querellas sobre la elección técnica de la mejor manera de construir submarinos o de favorecer el estacionamiento en París: aunque llega a suceder que una pasión excesiva y el amor propio dan a estos desacuerdos técnicos una importancia exagerada. Pero, lo más frecuente, es que no sea sobre este punto que nazcan terribles oposiciones.
El principal campo de enfrentamientos de las tendencias contrarias no es ni doctrinal ni técnico: se sitúa en el punto donde es necesario decidir el modo de llevar a la práctica, en circunstancias dadas, las decisiones técnicas conformes a las reglas doctrinales; es de orden prudencial y se sitúa en este tercer plano del cual no se habla y ante el cual se cierran los ojos. Ahí donde existen, como ocurre hoy en día, graves deficiencias doctrinales, es raro que se manifiesten en cuanto tales: aparecen sobre todo por sus consecuencias a nivel de la virtud de la prudencia.
No disponiendo más que de una distinción en dos términos, doctrina y técnica (o doctrina y opciones libres), uno es llevado a considerar el conjunto del campo prudencial:
1. sea como derivando pura y simplemente de la doctrina, lo cual es abusivo y termina por originar un autoritarismo, un rigorismo caricaturesco;
2. sea como perteneciendo a las opciones de orden técnico, lo cual es una blandura generadora de escepticismo y de anarquía.
Se pone entre paréntesis, se suprime el campo de acción, la zona propia de la virtud que es "en términos absolutos, la principal de las virtudes morales." (Suma Teológica II-II).
Tomado de:
Madiran, J. Doctrina, prudencia y opciones libres. En rev. Verbo, Buenos Aires, n. 70, mayo de 1967, ps. 6 y ss.

viernes, 21 de septiembre de 2012

En torno al Evangelio de San Juan



- Jack Tollers ha concluido con su monumental su Catena Argentea. Cuatro años de trabajo encadenando citas de autores logran un completo comentario al Evangelio de San Juan. Textos de Maurice Baring, Hilaire Belloc, Jean Borella, Raymond-Leopold Bruckberger, Leonardo Castellani, G.K. Chesterton, Etiénne Gilson, Ronald Knox, C.S. Lewis, John Henry Newman, Albert Frank-Duquesne, Sören Kierkegaard, Peter Kreeft, Jacques Maritain, Malcolm Muggeridge, Charles Péguy, Josef Pieper, Joseph Ratzinger, Antoine de Saint Exupéry, Gustave Thibon, Vladimir Volkoff, Simone Weil...

Una obra de 1038 páginas, "de consulta, no para leer de corrido" como dice el autor. Se descarga, gratuitamente, en nueve formatos distintos, aquí

- Como complemento, un lector de nuestra bitácora nos envía el Evangelio de San Juan en versión trilingüe, con traducción y notas de Juan Straubinger.Puede consultarse aquí.

En torno al Evangelio de San Juan



- Jack Tollers ha concluido con su monumental su Catena Argentea. Cuatro años de trabajo encadenando citas de autores logran un completo comentario al Evangelio de San Juan. Textos de Maurice Baring, Hilaire Belloc, Jean Borella, Raymond-Leopold Bruckberger, Leonardo Castellani, G.K. Chesterton, Etiénne Gilson, Ronald Knox, C.S. Lewis, John Henry Newman, Albert Frank-Duquesne, Sören Kierkegaard, Peter Kreeft, Jacques Maritain, Malcolm Muggeridge, Charles Péguy, Josef Pieper, Joseph Ratzinger, Antoine de Saint Exupéry, Gustave Thibon, Vladimir Volkoff, Simone Weil...

Una obra de 1038 páginas, "de consulta, no para leer de corrido" como dice el autor. Se descarga, gratuitamente, en nueve formatos distintos, aquí

- Como complemento, un lector de nuestra bitácora nos envía el Evangelio de San Juan en versión trilingüe, con traducción y notas de Juan Straubinger.Puede consultarse aquí.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Novell en el disparadero


El pasado martes comentamos entre amigos el último artículo del p. Iraburu. ¿Cómo explicar semejante muestra de confusión entre lo espiritual y lo temporal, distorsión histórica, nacionalcatolicismo liberal y clericalismo politiquero? Porque el artículo es una muestra patente del método neoconservador: armar un discurso ideológico y luego forzar la realidad para encuadrarla en el discurso. Es el mismo procedimiento empleado en la serie “filolefebvrianos”: dispara primero y después a  apunta.
Tal vez una de las afirmaciones más absurdas del artículo de Iraburu sea: "La Iglesia... valora las grandes estructuras nacionales". Si la afirmación fuese verdadera China y la extinta URSS, grandes estructuras, serían más valoradas que el mismo Vaticano, Suiza, Liechtenstein y la casi totalidad de los estados centroamericanos; la independencia de Polonia habría sido una desgracia para la gran estructura estatal en la que estaba integrada la nación de Juan Pablo II; y Juana de Arco habría frustrado la posibilidad de una gran nación anglo-francesa...
Como apuntaba lúcidamente un amigo, la entrada de Iraburu tiene como destinatario claro el obispo de Solsona hoy caído en desgracia en la vecina Infocatólica. Novell ha dejado de ser santo de la devoción neoconservadora no por sus vacilaciones en temas doctrinales tan importantes como la exclusión de las mujeres del sacramento del Orden, sino por sus simpatías independentistas. Porque el joven obispo, con notable imprudencia pastoral, ha sucumbido a la tentación clerical-catalanista y se ha distanciado de la posición clerical-españolista de Iraburu y su séquito. En definitiva, un problema de celos clericales, que tiene poco que ver con las exigencias de la política real, las complejidades del orden prudencial y las dificultades históricas.
Un tanto cansados del magisterialsmo clerical, ofrecemos un fragmento que trata el tema del denominado principio de las nacionalidades desde la perspectiva del derecho natural. 

2. El principio de las nacionalidades.
Recién en la Edad Moderna comienzan a adquirir muchos estados, con claridad, el carácter de nacionales. Anteriormente la organización política de los pueblos era en absoluto ajena al hecho nacional, salvo muy contadas excepciones. Este principio puede definirse como "el derecho a la unificación y a la independencia estatales de elementos nacionales dispersos o subyugados" y "fue en el orden jurídico-internacional un factor revolucionario, que modificó profundamente el mapa de Europa en los siglos XIX y XX". En efecto, en su nombre cayeron los Estados Pontificios bajo el ejército revolucionario de Garibaldi y se produjeron diversos movimientos de independencia en América y en Europa (en esta última cabe citar el caso de Bélgica, Grecia, etc.). En su nombre, también, y después de guerras internacionales, se dividieron estados multinacionales como el Imperio Austrohúngaro y se promovieron, ya en pleno siglo XX, los principales movimientos orientados a la descolonización (en este último caso este principio se aplica bajo el rótulo de "autodeterminación de los pueblos"; lo que no se indica, con ser de la mayor importancia, es qué se entiende exactamente por "pueblo")…
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿es justo este principio en el orden internacional? La respuesta parece que tiene que ser negativa, por lo menos en cuanto auténtico principio internacional de aplicación generalizada. Esta negativa se explica si se piensa que los pueblos, a lo largo de la historia, pueden descubrir en concreto que es más fácil alcanzar el bien común posible para ellos unidos en una unidad política que no sea precisamente nacional, y no separados o atomizados…
Establecer como regla general a priori que los estados deben ser nacionales, sin atender a las características históricas peculiares de cada uno, es injusto por ser arbitrario y carente en absoluto de fundamento razonable; porque en tal caso cabe hacer esta pregunta: ¿por qué? Y desde la perspectiva del bien común no puede darse, seguramente, ninguna respuesta válida para una generalidad de casos.
Tomemos el ejemplo de la descolonización en nuestros días, en la que ni siquiera se han respetado las diferencias étnicas, culturales y religiosas de los pueblos (es decir, en nombre de la autodeterminación, ni siquiera se respetaron las unidades que podrían entenderse como nacionales, como tampoco las unidades políticas históricas). ¿Es siempre justo que se le dé la independencia a un pueblo, aunque ello redunde en contra del bienestar de ese mismo pueblo, amén del pueblo del estado al que estaba integrado? ¿Es acaso justo que tal responsabilidad se le otorgue aunque tal pueblo no pueda en rigor ser autosuficiente, es decir, que librado a sí mismo no pueda dar a sus miembros el nivel de vida material, cultural, moral y religioso que tenía integrado en un estado más grande? ¿Es justo, sobre todo, que merced a la descolonización o a la aplicación del principio de las nacionalidades, quede a merced de las "otras" influencias políticas, la de las potencias imperialistas, para hablar con claridad? La historia contemporánea nos ilustra de una manera exhaustiva con ejemplos de países que adquirieron su independencia para entrar en largos períodos de guerra civil, en procesos de empobrecimiento progresivo, en procesos de involución cultural, para caer en la pulverización de su régimen jurídico-político y, finalmente, en la dependencia de nuevos y peores amos imperialistas.
La justicia de cualquier forma de descolonización, o de cualquier forma de independencia o reunificación nacional, dependerá de las circunstancias concretas de cada caso y de cada pueblo. Dependerá, por ejemplo, de que se rompa así una verdadera forma de explotación, sin caer en otra peor, de la aptitud política previsible del nuevo estado y, en definitiva, de que sea para una mayor realización del bien común de ese pueblo, sin olvidar el bien común internacional, que incluye un margen de seguridad y de orden. En este tema las generalizaciones conducen a violentar la realidad, o bien son meros justificativos ideológicos.
El principio de las nacionalidades, pues, no vale como principio internacional justo de aplicación general; y lo mismo podría decirse de su derivado, el de la autodeterminación de los pueblos. Pretender imponerlo como principio es fruto de un esquematismo incorrectamente abstractista o interesadamente ideológico, que no respeta las peculiaridades de la concreta realidad social e histórica.

A cada pueblo le tocará determinar si prefiere vivir como nación, constituyendo un estado, o si por el contrario prefiere vivir integrado solidariamente con otros pueblos nacionales, formando así el gran pueblo del estado; o bien optar por formar un estado con sólo un sector nacional. Pretender imponer esta decisión es, a todas luces, una arbitrariedad y una nueva forma de intervención ilegítima en los asuntos internos de los estados. Y aún promover una acción en este sentido por potencias extrañas es ilegítimo, además de ser sospechosa siempre tal tipo de intervención, ya que, por desgracia, la generosidad no puede presumirse en la política internacional, y menos de las potencias imperialistas. Y ahí tenemos el ejemplo de nuestra Argentina: los ingleses, que no pudieron conquistarla militarmente en 1806 y 1807, consiguieron por el arte de las influencias "emancipadoras" imponer al país un sometimiento económico peor al anterior, con el agravante de que antes de la independencia los argentinos no estábamos sometidos sino integrados en un Imperio.
Tomado de:
Lamas, F. Los principios Internacionales (desde La perspectiva de lo justo concreto). Buenos Aires, Forum, 1974. Ps. 110-113.

Novell en el disparadero


El pasado martes comentamos entre amigos el último artículo del p. Iraburu. ¿Cómo explicar semejante muestra de confusión entre lo espiritual y lo temporal, distorsión histórica, nacionalcatolicismo liberal y clericalismo politiquero? Porque el artículo es una muestra patente del método neoconservador: armar un discurso ideológico y luego forzar la realidad para encuadrarla en el discurso. Es el mismo procedimiento empleado en la serie “filolefebvrianos”: dispara primero y después a  apunta.
Tal vez una de las afirmaciones más absurdas del artículo de Iraburu sea: "La Iglesia... valora las grandes estructuras nacionales". Si la afirmación fuese verdadera China y la extinta URSS, grandes estructuras, serían más valoradas que el mismo Vaticano, Suiza, Liechtenstein y la casi totalidad de los estados centroamericanos; la independencia de Polonia habría sido una desgracia para la gran estructura estatal en la que estaba integrada la nación de Juan Pablo II; y Juana de Arco habría frustrado la posibilidad de una gran nación anglo-francesa...
Como apuntaba lúcidamente un amigo, la entrada de Iraburu tiene como destinatario claro el obispo de Solsona hoy caído en desgracia en la vecina Infocatólica. Novell ha dejado de ser santo de la devoción neoconservadora no por sus vacilaciones en temas doctrinales tan importantes como la exclusión de las mujeres del sacramento del Orden, sino por sus simpatías independentistas. Porque el joven obispo, con notable imprudencia pastoral, ha sucumbido a la tentación clerical-catalanista y se ha distanciado de la posición clerical-españolista de Iraburu y su séquito. En definitiva, un problema de celos clericales, que tiene poco que ver con las exigencias de la política real, las complejidades del orden prudencial y las dificultades históricas.
Un tanto cansados del magisterialsmo clerical, ofrecemos un fragmento que trata el tema del denominado principio de las nacionalidades desde la perspectiva del derecho natural. 

2. El principio de las nacionalidades.
Recién en la Edad Moderna comienzan a adquirir muchos estados, con claridad, el carácter de nacionales. Anteriormente la organización política de los pueblos era en absoluto ajena al hecho nacional, salvo muy contadas excepciones. Este principio puede definirse como "el derecho a la unificación y a la independencia estatales de elementos nacionales dispersos o subyugados" y "fue en el orden jurídico-internacional un factor revolucionario, que modificó profundamente el mapa de Europa en los siglos XIX y XX". En efecto, en su nombre cayeron los Estados Pontificios bajo el ejército revolucionario de Garibaldi y se produjeron diversos movimientos de independencia en América y en Europa (en esta última cabe citar el caso de Bélgica, Grecia, etc.). En su nombre, también, y después de guerras internacionales, se dividieron estados multinacionales como el Imperio Austrohúngaro y se promovieron, ya en pleno siglo XX, los principales movimientos orientados a la descolonización (en este último caso este principio se aplica bajo el rótulo de "autodeterminación de los pueblos"; lo que no se indica, con ser de la mayor importancia, es qué se entiende exactamente por "pueblo")…
Ahora bien, cabe preguntarse: ¿es justo este principio en el orden internacional? La respuesta parece que tiene que ser negativa, por lo menos en cuanto auténtico principio internacional de aplicación generalizada. Esta negativa se explica si se piensa que los pueblos, a lo largo de la historia, pueden descubrir en concreto que es más fácil alcanzar el bien común posible para ellos unidos en una unidad política que no sea precisamente nacional, y no separados o atomizados…
Establecer como regla general a priori que los estados deben ser nacionales, sin atender a las características históricas peculiares de cada uno, es injusto por ser arbitrario y carente en absoluto de fundamento razonable; porque en tal caso cabe hacer esta pregunta: ¿por qué? Y desde la perspectiva del bien común no puede darse, seguramente, ninguna respuesta válida para una generalidad de casos.
Tomemos el ejemplo de la descolonización en nuestros días, en la que ni siquiera se han respetado las diferencias étnicas, culturales y religiosas de los pueblos (es decir, en nombre de la autodeterminación, ni siquiera se respetaron las unidades que podrían entenderse como nacionales, como tampoco las unidades políticas históricas). ¿Es siempre justo que se le dé la independencia a un pueblo, aunque ello redunde en contra del bienestar de ese mismo pueblo, amén del pueblo del estado al que estaba integrado? ¿Es acaso justo que tal responsabilidad se le otorgue aunque tal pueblo no pueda en rigor ser autosuficiente, es decir, que librado a sí mismo no pueda dar a sus miembros el nivel de vida material, cultural, moral y religioso que tenía integrado en un estado más grande? ¿Es justo, sobre todo, que merced a la descolonización o a la aplicación del principio de las nacionalidades, quede a merced de las "otras" influencias políticas, la de las potencias imperialistas, para hablar con claridad? La historia contemporánea nos ilustra de una manera exhaustiva con ejemplos de países que adquirieron su independencia para entrar en largos períodos de guerra civil, en procesos de empobrecimiento progresivo, en procesos de involución cultural, para caer en la pulverización de su régimen jurídico-político y, finalmente, en la dependencia de nuevos y peores amos imperialistas.
La justicia de cualquier forma de descolonización, o de cualquier forma de independencia o reunificación nacional, dependerá de las circunstancias concretas de cada caso y de cada pueblo. Dependerá, por ejemplo, de que se rompa así una verdadera forma de explotación, sin caer en otra peor, de la aptitud política previsible del nuevo estado y, en definitiva, de que sea para una mayor realización del bien común de ese pueblo, sin olvidar el bien común internacional, que incluye un margen de seguridad y de orden. En este tema las generalizaciones conducen a violentar la realidad, o bien son meros justificativos ideológicos.
El principio de las nacionalidades, pues, no vale como principio internacional justo de aplicación general; y lo mismo podría decirse de su derivado, el de la autodeterminación de los pueblos. Pretender imponerlo como principio es fruto de un esquematismo incorrectamente abstractista o interesadamente ideológico, que no respeta las peculiaridades de la concreta realidad social e histórica.

A cada pueblo le tocará determinar si prefiere vivir como nación, constituyendo un estado, o si por el contrario prefiere vivir integrado solidariamente con otros pueblos nacionales, formando así el gran pueblo del estado; o bien optar por formar un estado con sólo un sector nacional. Pretender imponer esta decisión es, a todas luces, una arbitrariedad y una nueva forma de intervención ilegítima en los asuntos internos de los estados. Y aún promover una acción en este sentido por potencias extrañas es ilegítimo, además de ser sospechosa siempre tal tipo de intervención, ya que, por desgracia, la generosidad no puede presumirse en la política internacional, y menos de las potencias imperialistas. Y ahí tenemos el ejemplo de nuestra Argentina: los ingleses, que no pudieron conquistarla militarmente en 1806 y 1807, consiguieron por el arte de las influencias "emancipadoras" imponer al país un sometimiento económico peor al anterior, con el agravante de que antes de la independencia los argentinos no estábamos sometidos sino integrados en un Imperio.
Tomado de:
Lamas, F. Los principios Internacionales (desde La perspectiva de lo justo concreto). Buenos Aires, Forum, 1974. Ps. 110-113.