domingo, 31 de julio de 2011

Tallarines a la Barriola



Monseñor Miguel A. Barriola es un biblista uruguayo respetado en su especialidad. Suele comentar en la vecina Infocatólica, intentando batirse contra los malvados «filolefebvristas».



El comentario que reproducimos tiene varios puntos que no queremos dejar de contestar, no porque sean novedosos o interesantes en sí mismos, sino por la relativa importancia académica y eclesiástica de su autor:


1. No existe una «liturgia del Vaticano II» pues durante el Concilio se celebró con el Misal de Juan XXIII (1962). Lo que Barriola así denomina es el Misal de Pablo VI (1969), posterior a la terminación del Vaticano II (1965). Tampoco existe liturgia «lefebvrista» pues la HSSPX celebra con el Misal de Juan XXIII. Y que a estas alturas, luego del Motu Proprio, un personaje como Barriola hable de una liturgia «lefebvrista», en alusión a la Forma Extraordinaria del Rito Romano, es una falsedad inaceptable.


2. Es históricamente falso decir que la codificación de San Pío V supuso «dejar de lado los ritos más antiguos». La «reforma» de Pío V no creó nada nuevo, sino que se contentó con establecer una versión uniforme del misal, dejando intactos los ritos antiguos, de al menos doscientos años de antigüedad.


3. Por último, Barriola se despacha sobre el canon II. Para comenzar, recordemos que es una falsedad histórica decir que el canon II fuera «propuesto» por el Vaticano II. Pero, ¿es el canon II la plegaria de San Hipólito? Antes de que la borren, recordamos aquí la opinión de Germinans Germinabit un blog de la mismísima Infocatólica:


En los próximos capítulos, intentaré proceder a un breve estudio del prefacio y del canon romano aunque por su brevedad y porque resaltan con nitidez las ideas principales de la plegaria eucarística, reproduciré la anáfora de San Hipólito del siglo III (que por cierto, aunque se empeñase en afirmarlo mi “no-amigo” Bugnini y nuestro ínclitos Tena y Farnés, poco tiene que ver con la plegaria eucarística II del Novus Ordo Missae del 69).


En un entrega posterior, el mismo blog ofrece una traducción de la anáfora de San Hipólito.


- Lo que hoy se nos presenta como Plegaria de la Tradición Apostólica, Canon de San Hipólito, o se denomina con otras variantes semejantes, procede de un texto que fue publicado en 1946 por Dom Bernardo Botte, OSB, pero en realidad es una reconstrucción ideal. Se trata de una reelaboración de una plegaria escrita probablemente en griego, de la que solamente nos han llegado traducciones incorporadas a otros documentos, sin que resulte fácil distinguir las citas y las adaptaciones.


Los interesados en acudir a las fuentes pueden corroborar lo que decimos con el trabajo original de Dom Botte, OSB aquí.


- La Plegaria Eucarística II es la adaptación (censurada) de la hipotética reconstrucción elaborada a partir del denominador común de una serie de plegarias. El autor del texto así propuesto, si es que realmente existió alguna vez, fue un anti-papa que trataba de oponerse al Canon romano. Es santo por su martirio posterior.


- Cuenta Louis Bouyer que a él le daba cierta aprehensión cuando veía esa plegaria en el Misal y recordaba las circunstancias concretas de su composición. La cosa fue así: salió de la reunión del Consilium dispuesto a renunciar. Fue a almorzar con Dom Botte a una trattoria del Trastevere y allí, el benedictino logró convencer al oratoriano de que permaneciera en en la Comisión y que prepararan allí mismo la redacción definitiva de la plegaria eucarística II. Bouyer quedó «petrificado» al caer en la cuenta de que el texto más sagrado de la liturgia eucarística había sido redactado a las apuradas en la mesa de una trattoria del Trastevere.


No sabemos hasta qué punto están dispuestos a llegar en Infocatólica con su caza de brujas «filolefebvristas». Pero resulta lamentable leer a un hombre de la trayectoria de Miguel Barriola haciendo estos papelones virtuales por «solidaridad neocon».

Tallarines a la Barriola



Monseñor Miguel A. Barriola es un biblista uruguayo respetado en su especialidad. Suele comentar en la vecina Infocatólica, intentando batirse contra los malvados «filolefebvristas».



El comentario que reproducimos tiene varios puntos que no queremos dejar de contestar, no porque sean novedosos o interesantes en sí mismos, sino por la relativa importancia académica y eclesiástica de su autor:


1. No existe una «liturgia del Vaticano II» pues durante el Concilio se celebró con el Misal de Juan XXIII (1962). Lo que Barriola así denomina es el Misal de Pablo VI (1969), posterior a la terminación del Vaticano II (1965). Tampoco existe liturgia «lefebvrista» pues la HSSPX celebra con el Misal de Juan XXIII. Y que a estas alturas, luego del Motu Proprio, un personaje como Barriola hable de una liturgia «lefebvrista», en alusión a la Forma Extraordinaria del Rito Romano, es una falsedad inaceptable.


2. Es históricamente falso decir que la codificación de San Pío V supuso «dejar de lado los ritos más antiguos». La «reforma» de Pío V no creó nada nuevo, sino que se contentó con establecer una versión uniforme del misal, dejando intactos los ritos antiguos, de al menos doscientos años de antigüedad.


3. Por último, Barriola se despacha sobre el canon II. Para comenzar, recordemos que es una falsedad histórica decir que el canon II fuera «propuesto» por el Vaticano II. Pero, ¿es el canon II la plegaria de San Hipólito? Antes de que la borren, recordamos aquí la opinión de Germinans Germinabit un blog de la mismísima Infocatólica:


En los próximos capítulos, intentaré proceder a un breve estudio del prefacio y del canon romano aunque por su brevedad y porque resaltan con nitidez las ideas principales de la plegaria eucarística, reproduciré la anáfora de San Hipólito del siglo III (que por cierto, aunque se empeñase en afirmarlo mi “no-amigo” Bugnini y nuestro ínclitos Tena y Farnés, poco tiene que ver con la plegaria eucarística II del Novus Ordo Missae del 69).


En un entrega posterior, el mismo blog ofrece una traducción de la anáfora de San Hipólito.


- Lo que hoy se nos presenta como Plegaria de la Tradición Apostólica, Canon de San Hipólito, o se denomina con otras variantes semejantes, procede de un texto que fue publicado en 1946 por Dom Bernardo Botte, OSB, pero en realidad es una reconstrucción ideal. Se trata de una reelaboración de una plegaria escrita probablemente en griego, de la que solamente nos han llegado traducciones incorporadas a otros documentos, sin que resulte fácil distinguir las citas y las adaptaciones.


Los interesados en acudir a las fuentes pueden corroborar lo que decimos con el trabajo original de Dom Botte, OSB aquí.


- La Plegaria Eucarística II es la adaptación (censurada) de la hipotética reconstrucción elaborada a partir del denominador común de una serie de plegarias. El autor del texto así propuesto, si es que realmente existió alguna vez, fue un anti-papa que trataba de oponerse al Canon romano. Es santo por su martirio posterior.


- Cuenta Louis Bouyer que a él le daba cierta aprehensión cuando veía esa plegaria en el Misal y recordaba las circunstancias concretas de su composición. La cosa fue así: salió de la reunión del Consilium dispuesto a renunciar. Fue a almorzar con Dom Botte a una trattoria del Trastevere y allí, el benedictino logró convencer al oratoriano de que permaneciera en en la Comisión y que prepararan allí mismo la redacción definitiva de la plegaria eucarística II. Bouyer quedó «petrificado» al caer en la cuenta de que el texto más sagrado de la liturgia eucarística había sido redactado a las apuradas en la mesa de una trattoria del Trastevere.


No sabemos hasta qué punto están dispuestos a llegar en Infocatólica con su caza de brujas «filolefebvristas». Pero resulta lamentable leer a un hombre de la trayectoria de Miguel Barriola haciendo estos papelones virtuales por «solidaridad neocon».

sábado, 30 de julio de 2011

Retratos del estío (II)

Micaencio iba pensativo en el tren sobre lo sucedido en el colegio mayor Melibea, mientras veía como iba cambiando el paisaje a medida que se internaba en la sierra madrileña. Pensaba que lo que había escuchado representaba, no el parecer de esa institución, sino opiniones particulares, dado que su fundador siempre había celebrado la Misa tradicional. (O eso le habían contado antes de la promulgación del Motu Proprio). Sin duda, todo volverá a sus cauces, pensaba. Entretenido con estos pensamientos, llegaba al pueblo de su abuela materna, Cuca, cuyo nombre tenía hidalgas resonacias: Perejal del Melonar. Pensó en ir a Misa y saludar al párroco que le infundió las aguas bautismales, en uno de esos periplos veraniegos que su familia solía pasar allí. La Misa estaba ya por la mitad, a pesar de que pasaban cinco minutos de su comienzo. Don Robustiano rondaba ya los ochenta años; se comía la mitad de las palabras. La escena le resultaba familiar: llevaba una casulla antigua, de aquellas de guitarra, típicas de España, que tan poco le gustaban a Micaencio; prefería las que veía en las fotos en diversos sitios de internet, más ampulosas y ricamente decoradas. El alba usada era el de toda la vida, de aquellas de redecilla, con lo que podían vérsele los pantalones marrones. Como se trataba de un alba antigua, el cuello le quedaba muy abierto, y podía verse asomar una camisa de cuadros, de las que tanto le gustaban a don Robustiano. En la iglesia, unas pocas señoras, que a pesar de pasar todo el canon de rodillas, cuando llegaba el momento de la comunión, todas lo hacían en la mano. Se fijó Micaencio en la cruz que estaba en el altar; pero no era fruto de la imitación del ejemplo litúrgico del Papa actual; don Robustiano la puso en el altar hace unos veinte años y ya no la movió de ahí. Junto con la cruz, tenía todos los leccionarios a un lado del altar, diversas agendas, una botella de agua mineral, unas gafas y algún que otro mechero. Poco cuidadoso, pensaba Micaencio.

Tras el final de la Misa, Micaencio se acercó a la sacristía. Más que sacristía era una sala multiusos. Entre diversos muebles de gran solera, había una imagen de la virgen de Fátima, el palio del Santísimo, los libros parroquiales, un maquinillo para cortar la hierba, unos plásticos, bolsas con “formas” para consagrar, cajas con manzanas, y una sotana bastante vieja colgada en una de las perchas, que aún don Robustiano empleaba de vez en cuando para dar algún sacramento, o para acompañar a los difuntos al cementerio.

D. Robustiano: Coño, que milagro muchacho! –dijo exhalando una mezcla de olores a tabaco, incienso y aguardiente .

Micaencio: Pues ya ve, vengo a saludar a la familia y de paso salgo un poco de la capital.

D.R: No me extraña. No sé cómo se puede vivir en esa ciudad. ¿Qué te cuentas?

Micaencio: Pues nada, la universidad, mis artículos… ¿Tiene usted internet?

D.R. Estás de coña, verdad. ¿Yo para qué demonios quiero eso? Lo que me puse fue el digital plus, por aquello de los partidos de fútbol. Por cierto … [larga digresión sobre el Real Madrid, de que debía haber ganado la liga, fuertes exabruptos contra los árbitros, la liga de fútbol profesional y expresiones impronunciables sobre el F.C. Barcelona]

Micaencio: Es que no sigo mucho el fútbol realmente

D.R.: Sí, ya sé. ¡Hazte un hombre, muchacho! ¿Quieres una copa de aguardiente? Tengo aquí uno buenísimo.

Micaencio: ¿A estas horas? No, gracias.

D.R.: ¡Así está España! ¡Quién va a levantar esto, que país! ¡Gente joven y leña verde, todo es humo! [ larga digresión sobre la comparación entre los jóvenes de ahora y los de hace cuarenta años, decididamente favorable a la de hace cuarenta años]

Micaencio: ¡Por cierto! ¿No le dije que asisto con regularidad a la Misa tradicional? Es con permiso del sr. Arzobispo

D.R.: ¿Tradicional? Ah… la misa de antes, ah algo oí en la reunión del arciprestazgo. Que vamos atrás en vez de ir adelante…

Micaencio: No, no. El Summorum Pontificum nos habla de la igualdad de la forma ordinaria y la extraordinaria.

D.R. ¿Qué dices?

Micaencio: Es como se denomina a la misa “actual” y a la de “antes”

D.R. : Lo que inventan, chico. Tantos experimentos para volver a lo mismo. Siendo cura he tenido que aprender cuatro misas distintas. Mejor quedarnos con lo que hay, es que si no, cada uno hace lo que le da la gana. Además ¿no estaban excomulgados los que iban a la Misa de antes?

Micaencio: No, no, por favor. Se exige a los que van a la Misa tradicional que deben respetar al Papa, al Obispo diocesano, y al párroco, aceptar el Concilio y la validez, licitud y legitimidad de los sacramentos aprobados por Pablo VI.

D.R.: Hombre! Pues me alegro, porque de los que vienen los domingos a Misa aquí, les trae al pairo lo que diga el Papa, les parece bien que los gays se casen, que los curas se casen, que las mujeres sean curas, los anticonceptivos, y de confesarse nada, eso sí, a comulgar como locos. Ya hacía falta algo de orden. Si no aceptan lo que dice la Iglesia, hala, puertas cerradas. Este domingo ya los voy a poner a caldo.

Micaencio: Bueno… es distinto. Eso es otra cosa, porque en la forma ordinaria no hay problemas de aceptación del Vaticano II y de la validez y legitimidad de los sacramentos.

D.R. Pero que pardillo eres… Vente un día a una reunión de catequistas y pregúntales a ver que opinan del Papa, de los anticonceptivos, de la confesión. Siguiendo lo que has dicho antes,¿ no deberían poder tener derecho a los sacramentos, no?

Micaencio: Bueno, eso el documento no lo dice. Supongo que eso es responsabilidad del párroco, en formar a la gente…

D.R. No digas gilipolleces. El “párroco” es el que menos pinta en todo esto. O sea que si te piden una Misa por la forma extraordinaria, se la dices, y les tienes que examinar a fondo de sus creencias religiosas. En cambio, en la forma ordinaria, la mitad no creen en el sacramento de la confesión, y por ende, en el pecado mortal, y por ende en la posibilidad de la condenación eterna, y da igual. ¿Entonces? Ya no estoy para estos trotes…

Micaencio: ¿Sabría usted celebrar la forma extraordinaria?

D.R. Creo que sí, es la misa de mi ordenación, y la celebré unos cuantos años. Fíjate, este es el tercer nocturno de maitines del día de difuntos [Don Robustiano improvisa un recital de gregoriano manifiestamente mejorable con su voz ronca y un tanto quebrada] Pero eso ya no es para nosotros. Cuando vino el Concilio, los curas que se dedicaron a arrancar retablos, acabaron en las mejores parroquias. Los demás, nos adaptamos como pudimos. Después los que arrancaban retablos y se hacían de izquierdas empezaron a estar mal vistos. Estabas mal visto si usabas sotana, conque nos la quitamos todos. Ahora está mal visto ir de paisano, pero también usar la sotana. Se impone el clergyman gris, o azul. Esas cosas. Yo paso. Creo que son modas. Quienes tienen que ponerse de acuerdo son los que mandan, que los de mi edad ya hemos tenido que cambiar demasiadas veces. Quizás demasiado esfuerzo para nada. Voy a echar la partida de mus, ¿te vienes?

Micaencio: Quizás más tarde

No las llevaba todas consigo Micaencio. Pensaba en escribir una entrada en su blog basándose en lo que había escuchado, pero no sabía muy bien cómo enfocarla.

(continuará)

Retratos del estío (II)

Micaencio iba pensativo en el tren sobre lo sucedido en el colegio mayor Melibea, mientras veía como iba cambiando el paisaje a medida que se internaba en la sierra madrileña. Pensaba que lo que había escuchado representaba, no el parecer de esa institución, sino opiniones particulares, dado que su fundador siempre había celebrado la Misa tradicional. (O eso le habían contado antes de la promulgación del Motu Proprio). Sin duda, todo volverá a sus cauces, pensaba. Entretenido con estos pensamientos, llegaba al pueblo de su abuela materna, Cuca, cuyo nombre tenía hidalgas resonacias: Perejal del Melonar. Pensó en ir a Misa y saludar al párroco que le infundió las aguas bautismales, en uno de esos periplos veraniegos que su familia solía pasar allí. La Misa estaba ya por la mitad, a pesar de que pasaban cinco minutos de su comienzo. Don Robustiano rondaba ya los ochenta años; se comía la mitad de las palabras. La escena le resultaba familiar: llevaba una casulla antigua, de aquellas de guitarra, típicas de España, que tan poco le gustaban a Micaencio; prefería las que veía en las fotos en diversos sitios de internet, más ampulosas y ricamente decoradas. El alba usada era el de toda la vida, de aquellas de redecilla, con lo que podían vérsele los pantalones marrones. Como se trataba de un alba antigua, el cuello le quedaba muy abierto, y podía verse asomar una camisa de cuadros, de las que tanto le gustaban a don Robustiano. En la iglesia, unas pocas señoras, que a pesar de pasar todo el canon de rodillas, cuando llegaba el momento de la comunión, todas lo hacían en la mano. Se fijó Micaencio en la cruz que estaba en el altar; pero no era fruto de la imitación del ejemplo litúrgico del Papa actual; don Robustiano la puso en el altar hace unos veinte años y ya no la movió de ahí. Junto con la cruz, tenía todos los leccionarios a un lado del altar, diversas agendas, una botella de agua mineral, unas gafas y algún que otro mechero. Poco cuidadoso, pensaba Micaencio.

Tras el final de la Misa, Micaencio se acercó a la sacristía. Más que sacristía era una sala multiusos. Entre diversos muebles de gran solera, había una imagen de la virgen de Fátima, el palio del Santísimo, los libros parroquiales, un maquinillo para cortar la hierba, unos plásticos, bolsas con “formas” para consagrar, cajas con manzanas, y una sotana bastante vieja colgada en una de las perchas, que aún don Robustiano empleaba de vez en cuando para dar algún sacramento, o para acompañar a los difuntos al cementerio.

D. Robustiano: Coño, que milagro muchacho! –dijo exhalando una mezcla de olores a tabaco, incienso y aguardiente .

Micaencio: Pues ya ve, vengo a saludar a la familia y de paso salgo un poco de la capital.

D.R: No me extraña. No sé cómo se puede vivir en esa ciudad. ¿Qué te cuentas?

Micaencio: Pues nada, la universidad, mis artículos… ¿Tiene usted internet?

D.R. Estás de coña, verdad. ¿Yo para qué demonios quiero eso? Lo que me puse fue el digital plus, por aquello de los partidos de fútbol. Por cierto … [larga digresión sobre el Real Madrid, de que debía haber ganado la liga, fuertes exabruptos contra los árbitros, la liga de fútbol profesional y expresiones impronunciables sobre el F.C. Barcelona]

Micaencio: Es que no sigo mucho el fútbol realmente

D.R.: Sí, ya sé. ¡Hazte un hombre, muchacho! ¿Quieres una copa de aguardiente? Tengo aquí uno buenísimo.

Micaencio: ¿A estas horas? No, gracias.

D.R.: ¡Así está España! ¡Quién va a levantar esto, que país! ¡Gente joven y leña verde, todo es humo! [ larga digresión sobre la comparación entre los jóvenes de ahora y los de hace cuarenta años, decididamente favorable a la de hace cuarenta años]

Micaencio: ¡Por cierto! ¿No le dije que asisto con regularidad a la Misa tradicional? Es con permiso del sr. Arzobispo

D.R.: ¿Tradicional? Ah… la misa de antes, ah algo oí en la reunión del arciprestazgo. Que vamos atrás en vez de ir adelante…

Micaencio: No, no. El Summorum Pontificum nos habla de la igualdad de la forma ordinaria y la extraordinaria.

D.R. ¿Qué dices?

Micaencio: Es como se denomina a la misa “actual” y a la de “antes”

D.R. : Lo que inventan, chico. Tantos experimentos para volver a lo mismo. Siendo cura he tenido que aprender cuatro misas distintas. Mejor quedarnos con lo que hay, es que si no, cada uno hace lo que le da la gana. Además ¿no estaban excomulgados los que iban a la Misa de antes?

Micaencio: No, no, por favor. Se exige a los que van a la Misa tradicional que deben respetar al Papa, al Obispo diocesano, y al párroco, aceptar el Concilio y la validez, licitud y legitimidad de los sacramentos aprobados por Pablo VI.

D.R.: Hombre! Pues me alegro, porque de los que vienen los domingos a Misa aquí, les trae al pairo lo que diga el Papa, les parece bien que los gays se casen, que los curas se casen, que las mujeres sean curas, los anticonceptivos, y de confesarse nada, eso sí, a comulgar como locos. Ya hacía falta algo de orden. Si no aceptan lo que dice la Iglesia, hala, puertas cerradas. Este domingo ya los voy a poner a caldo.

Micaencio: Bueno… es distinto. Eso es otra cosa, porque en la forma ordinaria no hay problemas de aceptación del Vaticano II y de la validez y legitimidad de los sacramentos.

D.R. Pero que pardillo eres… Vente un día a una reunión de catequistas y pregúntales a ver que opinan del Papa, de los anticonceptivos, de la confesión. Siguiendo lo que has dicho antes,¿ no deberían poder tener derecho a los sacramentos, no?

Micaencio: Bueno, eso el documento no lo dice. Supongo que eso es responsabilidad del párroco, en formar a la gente…

D.R. No digas gilipolleces. El “párroco” es el que menos pinta en todo esto. O sea que si te piden una Misa por la forma extraordinaria, se la dices, y les tienes que examinar a fondo de sus creencias religiosas. En cambio, en la forma ordinaria, la mitad no creen en el sacramento de la confesión, y por ende, en el pecado mortal, y por ende en la posibilidad de la condenación eterna, y da igual. ¿Entonces? Ya no estoy para estos trotes…

Micaencio: ¿Sabría usted celebrar la forma extraordinaria?

D.R. Creo que sí, es la misa de mi ordenación, y la celebré unos cuantos años. Fíjate, este es el tercer nocturno de maitines del día de difuntos [Don Robustiano improvisa un recital de gregoriano manifiestamente mejorable con su voz ronca y un tanto quebrada] Pero eso ya no es para nosotros. Cuando vino el Concilio, los curas que se dedicaron a arrancar retablos, acabaron en las mejores parroquias. Los demás, nos adaptamos como pudimos. Después los que arrancaban retablos y se hacían de izquierdas empezaron a estar mal vistos. Estabas mal visto si usabas sotana, conque nos la quitamos todos. Ahora está mal visto ir de paisano, pero también usar la sotana. Se impone el clergyman gris, o azul. Esas cosas. Yo paso. Creo que son modas. Quienes tienen que ponerse de acuerdo son los que mandan, que los de mi edad ya hemos tenido que cambiar demasiadas veces. Quizás demasiado esfuerzo para nada. Voy a echar la partida de mus, ¿te vienes?

Micaencio: Quizás más tarde

No las llevaba todas consigo Micaencio. Pensaba en escribir una entrada en su blog basándose en lo que había escuchado, pero no sabía muy bien cómo enfocarla.

(continuará)

viernes, 29 de julio de 2011

Retratos del estío (I)

Tras leer esta entrada de nuestros vecinos, tuve una visión:




Miércoles pasado, 18.00, Madrid. Cuadrado de formación en el club “monte-plus-monte” del colegio mayor Melibea. Tertulia.

Micaencio: Seguimos igual; los “progres” contra los que combatimos en nuestra web están cerrados en banda, sólo decir que eres “tradi” y te rechazan en su círculo de amistades.

Estudiante engominado circunspecto 1: JAJA, ¡Qué bueno!

Micaencio: No es un chiste, estaba expresando mis inquietudes eclesiales.

Estudiante engominado circunspecto 1 : Vale tío, joer, no es para tanto. Descomplícate.

Micaencio: Es una pena el desconocimiento que hay del Summorum Pontificum; menos mal que hay ámbitos eclesiales en los que se da formación de los documentos del Papa, por cierto, que tío más grande verdad!

Estudiante engomiando circunspecto 2: No hay por qué criticar a nadie. Además, esas cosas no le afectan a casi nadie. Me parece que ese nuevo instituto secular que mencionas será para quien le ayude y nada más. A mi me suena a algo clericalón, en plan jesuita.

Micaencio: ¡Se trata de un documento sobre la liturgia de 1962!

Estudiante eng. Circ. 1: ¡Qué tío Micaencio jaja, cómo te pasas!

Micaencio: ¿Eh?

Est. Eng. Circ. 2: Sí, algo oi en una tertulia. Es para los que no entienden la renovación litúrgica. Es como poner en entredicho al Papa. Si a Juan Pablo II no le gustaban esas cosas, ¿vas tú a saber más?

Micaencio: Bueno, Juan Pablo II promulgó otros documentos al respecto.

Moderador de la tertulia: Oye Miguencio, estás creando mal ambiente. Después hablamos un ratito si te parece.

Cura de tupé de 3,5 y olor a colonia varon dandy: Noooo está muy bien eso, todo lo que sea recuperar para bien , para ayudar a la gente, subir el nivel está bien. Por cierto… Miguencio ¿hablamos un ratito?

Micaencio: ¡Claro! ¡Faltaría más!

Cura: Aceptas el concilio Vaticano II?

Micaencio: Por supuesto, qué preguntas hace

Cura: JAJAJA qué bueno

Micaencio: (sorpresa por la risa draculesca)

Cura: Esto es una charla de amigos; y qué opinas de Juan Pablo II?

Micaencio: Un gran Papa.

Cura: Pero como un Papa más?

Miguencio: No, no. Nos dejó marcado lo que debemos ser. Su pontificado debe ser considerado como referencia en adelante.

Cura: Un poco tibio, pero bien. ¿Aceptas la validez y legitimidad de los sacramentos por la forma normal?

Micaencio: Es la “ordinaria”, sí claro

Cura: Pero te gusta menos que la extraordinaria. La Misa es la Misa tío, vale, joer, qué cosas dices.

Miguencio: Ehhh …. No es cosa de gusto, es como… un espiritualidad eso es. A cada cual le ayuda una cosa distinta.

Cura: Ahí me pillaste, cabroncete jua jua (se pone serio de nuevo); pero entonces, si es igual, y te gustan igual, ¿Por qué no vas a una Misa normal?

Micaencio: Realmente me gusta más. A no ser que la celebre usted por supuesto. Ustedes la celebran de un modo excepcional, pero como a sus casas no puede asistir cualquiera

Cura: JAJA que chavalote, si de cien queremos cien. Ese no es el tema; esas cosas son para gente rara, obtusa, lo que pasa es que el Papa es buenísimo y quiere atraer a todos. Pero una vida cristiana normal debería evitar esas cosas.

Micaencio: Hay un libro del cardenal Ratzinger que…

Cura: SIIII CHAVAL que ya lo sé, estupendísimos todos sus libros; yo lo ví una vez sabías? Nos aprecia mucho. Bueno, ya hablamos para la semana que tengo que ir a dar una clase de ética empresarial…

(Continuará)


Retratos del estío (I)

Tras leer esta entrada de nuestros vecinos, tuve una visión:




Miércoles pasado, 18.00, Madrid. Cuadrado de formación en el club “monte-plus-monte” del colegio mayor Melibea. Tertulia.

Micaencio: Seguimos igual; los “progres” contra los que combatimos en nuestra web están cerrados en banda, sólo decir que eres “tradi” y te rechazan en su círculo de amistades.

Estudiante engominado circunspecto 1: JAJA, ¡Qué bueno!

Micaencio: No es un chiste, estaba expresando mis inquietudes eclesiales.

Estudiante engominado circunspecto 1 : Vale tío, joer, no es para tanto. Descomplícate.

Micaencio: Es una pena el desconocimiento que hay del Summorum Pontificum; menos mal que hay ámbitos eclesiales en los que se da formación de los documentos del Papa, por cierto, que tío más grande verdad!

Estudiante engomiando circunspecto 2: No hay por qué criticar a nadie. Además, esas cosas no le afectan a casi nadie. Me parece que ese nuevo instituto secular que mencionas será para quien le ayude y nada más. A mi me suena a algo clericalón, en plan jesuita.

Micaencio: ¡Se trata de un documento sobre la liturgia de 1962!

Estudiante eng. Circ. 1: ¡Qué tío Micaencio jaja, cómo te pasas!

Micaencio: ¿Eh?

Est. Eng. Circ. 2: Sí, algo oi en una tertulia. Es para los que no entienden la renovación litúrgica. Es como poner en entredicho al Papa. Si a Juan Pablo II no le gustaban esas cosas, ¿vas tú a saber más?

Micaencio: Bueno, Juan Pablo II promulgó otros documentos al respecto.

Moderador de la tertulia: Oye Miguencio, estás creando mal ambiente. Después hablamos un ratito si te parece.

Cura de tupé de 3,5 y olor a colonia varon dandy: Noooo está muy bien eso, todo lo que sea recuperar para bien , para ayudar a la gente, subir el nivel está bien. Por cierto… Miguencio ¿hablamos un ratito?

Micaencio: ¡Claro! ¡Faltaría más!

Cura: Aceptas el concilio Vaticano II?

Micaencio: Por supuesto, qué preguntas hace

Cura: JAJAJA qué bueno

Micaencio: (sorpresa por la risa draculesca)

Cura: Esto es una charla de amigos; y qué opinas de Juan Pablo II?

Micaencio: Un gran Papa.

Cura: Pero como un Papa más?

Miguencio: No, no. Nos dejó marcado lo que debemos ser. Su pontificado debe ser considerado como referencia en adelante.

Cura: Un poco tibio, pero bien. ¿Aceptas la validez y legitimidad de los sacramentos por la forma normal?

Micaencio: Es la “ordinaria”, sí claro

Cura: Pero te gusta menos que la extraordinaria. La Misa es la Misa tío, vale, joer, qué cosas dices.

Miguencio: Ehhh …. No es cosa de gusto, es como… un espiritualidad eso es. A cada cual le ayuda una cosa distinta.

Cura: Ahí me pillaste, cabroncete jua jua (se pone serio de nuevo); pero entonces, si es igual, y te gustan igual, ¿Por qué no vas a una Misa normal?

Micaencio: Realmente me gusta más. A no ser que la celebre usted por supuesto. Ustedes la celebran de un modo excepcional, pero como a sus casas no puede asistir cualquiera

Cura: JAJA que chavalote, si de cien queremos cien. Ese no es el tema; esas cosas son para gente rara, obtusa, lo que pasa es que el Papa es buenísimo y quiere atraer a todos. Pero una vida cristiana normal debería evitar esas cosas.

Micaencio: Hay un libro del cardenal Ratzinger que…

Cura: SIIII CHAVAL que ya lo sé, estupendísimos todos sus libros; yo lo ví una vez sabías? Nos aprecia mucho. Bueno, ya hablamos para la semana que tengo que ir a dar una clase de ética empresarial…

(Continuará)


miércoles, 27 de julio de 2011

¿Escupir es de judíos?


Nuestro vecino Isaac García Expósito ha recibido una insolente carta del Sr. Querub Caro, Presidente Federación de Comunidades Judías de España. Felicitamos desde esta bitácora a Isaac por el modo en que ha dado respuesta.


Uno de los motivos de la carta de Querub ha sido la costumbre judaica de escupir símbolos cristianos. El profesor Israel Shahak nos ilustra acerca del origen y significado de ese gesto para nuestros «hermanos mayores»:


La deshonra de los símbolos religiosos cristianos es un deber religioso en el judaísmo antiguo. Escupir la Cruz, y en especial en el crucifijo, y escupir cuando se pasa delante de una iglesia, ha sido obligatorio para los judíos observantes desde del año 200. En el pasado, cuando el peligro de la hostilidad antisemita era real, los rabinos mandaban a los judíos observantes a que escupieran de tal manera que la razón de su gesto fuese ignorada, o a escupir en el pecho, no sobre la cruz o de manera visible ante una iglesia.


El creciente poder del Estado judío ha hecho que estas costumbres sean ahora más visibles; pero que nadie se equivoque: el gesto de escupir la cruz por parte de los cristianos que se convierten al judaísmo, organizado en el kibutz Sa´ad, financiado por el gobierno de Israel, es un acto de la religiosidad judía tradicional. ¡No deja de ser algo brutal, horrible y perverso, a causa de ello! Por el contrario, es peor, porque es muy tradicional, y mucho más peligroso, tanto como el renovado antisemitismo de los nazis era peligroso, porque, en parte, arraigó en un antisemitismo que ya era tradicional.


El artículo completo se encuentra aquí.




¿Escupir es de judíos?


Nuestro vecino Isaac García Expósito ha recibido una insolente carta del Sr. Querub Caro, Presidente Federación de Comunidades Judías de España. Felicitamos desde esta bitácora a Isaac por el modo en que ha dado respuesta.


Uno de los motivos de la carta de Querub ha sido la costumbre judaica de escupir símbolos cristianos. El profesor Israel Shahak nos ilustra acerca del origen y significado de ese gesto para nuestros «hermanos mayores»:


La deshonra de los símbolos religiosos cristianos es un deber religioso en el judaísmo antiguo. Escupir la Cruz, y en especial en el crucifijo, y escupir cuando se pasa delante de una iglesia, ha sido obligatorio para los judíos observantes desde del año 200. En el pasado, cuando el peligro de la hostilidad antisemita era real, los rabinos mandaban a los judíos observantes a que escupieran de tal manera que la razón de su gesto fuese ignorada, o a escupir en el pecho, no sobre la cruz o de manera visible ante una iglesia.


El creciente poder del Estado judío ha hecho que estas costumbres sean ahora más visibles; pero que nadie se equivoque: el gesto de escupir la cruz por parte de los cristianos que se convierten al judaísmo, organizado en el kibutz Sa´ad, financiado por el gobierno de Israel, es un acto de la religiosidad judía tradicional. ¡No deja de ser algo brutal, horrible y perverso, a causa de ello! Por el contrario, es peor, porque es muy tradicional, y mucho más peligroso, tanto como el renovado antisemitismo de los nazis era peligroso, porque, en parte, arraigó en un antisemitismo que ya era tradicional.


El artículo completo se encuentra aquí.




CINCO CUESTIONES CONTROVERTIDAS SOBRE EL «OPUS DEI» (V)


Finalmente, nos ocuparemos del principio y fundamento de la crítica al Opus Dei.


A la hora de abordar una perspectiva crítica sobre el Opus Dei, debemos, como hacía San Ignacio al principio de los Ejercicios Espirituales, buscar un principio y fundamento sobre el que construir el edificio. Más concretamente, encontrar ese principio interpretativo que nos permita entender todas las acciones, formas de obrar y aspectos espirituales de la Obra fundada por monseñor Escrivá de Balaguer y que “resolviesen” las posibles contradicciones.


Se trata en este caso de un principio interpretativo ambiguo, que suele funcionar para encubrir todo aquello que no se desea aclarar. Y como ambiguo, también grave, pues compromete la misma autoridad de la Iglesia católica.


Ese principio podríamos formularlo así:


Dado que el Opus Dei ha sido reconocido por la Iglesia, indicando que el Fundador actuó movido por el Espíritu Santo para fundarlo en 1928, entonces, la explicación última de toda doctrina, actuación y comportamiento de la institución viene ratificada por ese designio divino.


Un argumento que desde la Teología y Espiritualidad católicas, no hay por donde cogerlo. Y no hay por donde cogerlo, porque si bien es cierto que la Iglesia declara que los santos al desarrollar obras apostólicas han sido movidos por el Espíritu Santo (gracias actuales, “gratis datae”), ello no implica una declaración de que todos los aspectos de sus obras hayan sido objeto de una novísima “revelación” (como la inspiración de los escritores sagrados). La revelación concluye con la muerte del último apóstol, o a lo sumo, con la muerte del último discípulo del último apóstol. No hay más. Sería adecuado decir que Dios inspiró a San Ignacio un profundo celo apostólico para fundar la Compañía de Jesús. Por contra, sería inadecuado decir que el libro de los Ejercicios le fue inspirado como camino seguro de santidad ratificado por Dios, revelado por Él mismo para quienes entrasen a formar parte de su Compañía, ni tampoco que la hora de oración diaria que San Ignacio prescribe entre en esos parámetros. Más bien, son cosas que pertenecen a la Iglesia como depositaria de los oficios que Cristo le encomendó en orden a la santificación de los fieles. Es decir, cuando un fundador de una orden prescribe unas normas de piedad, la eficacia de éstas están en relación de dependencia con ese oficio sacerdotal de la Iglesia, y en absoluto con una pretendida “virtud” contenida en esas mismas normas, derivada de una revelación otorgada al fundador de dicho instituto.


Esto cae de cajón. Sin embargo no sucede así en el Opus Dei.


Cualquier miembro del Opus Dei aceptaría esto en principio. Pero lo aceptaría para todas las demás instituciones y obras de la Iglesia. Cuando se trata del Opus Dei, esto es distinto. Cada norma de piedad, cada costumbre, hasta incluso la manera de decorar una habitación, lo “vio” el Fundador. Con estas metáforas floridas lo que se dice es algo sumamente ajeno a la enseñanza pública de la Iglesia sobre tales puntos, y crea en muchos de los miembros del Opus o bien una soberbia espiritual completamente endogámica acerca del sentido que estas cosas tienen en la vida de la Iglesia, o bien un escrúpulo insuperable cuando se trata del cumplimiento de dichas normas. Se olvida la función que tales prácticas tienen en la realidad, centrándose en el hecho de que son lo que “Dios ha querido para que hiciesen los miembros de la Obra”.


Este principio lo veremos repetido en muchos otros casos.


Cuando la estructura misma del Opus Dei no coincide con lo que la Iglesia en el Derecho dice lo que es el Opus Dei, el Opus lo acepta de cara a la galería. Hacia adentro lo que se considera es que “no comprenden el espíritu” y actúan siguiendo estrictamente el principio enunciado. Tanto es así, que al contemplar la vida del Fundador, no existen hechos arbitrarios, o simplemente neutros; absolutamente todos los hechos acaecidos en la vida del Fundador son fruto de la intervención divina para estructurar el Opus Dei tal como se le conoce a día de hoy. De ahí que muchas veces esta convicción tenga primacía sobre aspectos básicos de la moral, como es la distinción entre fuero interno y externo, el deber de veracidad y transparencia sobre aquellos sobre los que se tiene una responsabilidad espiritual, etc. Si algo va a resultar extraño, se oculta hasta que la persona lo entienda o lo asuma, en definitiva porque Dios lo ha querido así, porque nos lo ha manifestado a través de la persona del Padre.


Pondré un ejemplo bien conocido de este asunto: el Paso de los Pirineos. El paso de los Pirineos siempre se ha presentado como una moción del Espíritu Santo para que el Fundador pasara de la zona republicana a la zona llamada nacional. Entre toda esa maraña de anécdotas, la rosa de Rialp, etc., se olvida algo muy básico. Lo que hizo monseñor Escrivá fue algo muy común, que no era sino “pasarse” al bando en el que podría evitar represión política por su condición de sacerdote. Algo tan básico que jamás se dice. Parece demasiado obvio y demasiado humano. Si el Padre lo hizo, tiene que haber sido fruto de la voluntad de Dios.


Como se puede ver, el problema no está, como se ha dicho varias veces aquí, en determinar la ideología político-social del Opus Dei. Ése suele ser el problema para entender correctamente esta institución. Quienes se mueven por la ideología, habitualmente su objeto de comprensión suele ser su idea, y eso les lleva a interpretarlo todo desde ese parámetro. Para comprender el OD, hay que entenderlo “desde dentro”, y la crítica no puede ser sino desde una perspectiva teológica y eclesial; si superara ésta, todo lo que se dice del OD podría, en efecto achacarse a problemas personales o a frustraciones de personas muy ideologizadas.


Pero no es así, y es justamente esto último lo que utiliza el OD como “arma disuasoria”. Si entramos en los testimonios de ex-miembros, algunos con cargos importantes en la institución, como Directores locales, miembros de Asesorías regionales, o incluso algún Vicario regional, vemos que todas las críticas confluyen de uno u otro modo en estos puntos que acabo de indicar, amén de que se distancian ostensiblemente de la doctrina y praxis católica acerca de los mismos.


Nótese además la ausencia de ideologización en tales testimonios, pues podemos encontrarnos desde clérigos a personas que debido a la irritación que el OD les ha producido, han quedado como cadáveres a su paso, no queriendo pensar más en un posible camino de vida cristiana: el “rejalgar” del que hablaba del Fundador, efectivamente les ha producido un sentimiento de aversión a todo lo que les recuerde al paso por esa institución.


Esta coincidencia de testimonios no es casual, y el mecanicismo espiritual, el puritanismo ascético e ideológico, la postura cínica, la corrección social y el “si te he visto no me acuerdo”, no son sino consecuencias de praxis inadecuadas a la praxis católica e incluso desde los requisitos mínimos de una vida humanamente saludable, desde el punto de vista psíquico y emotivo.

CINCO CUESTIONES CONTROVERTIDAS SOBRE EL «OPUS DEI» (V)


Finalmente, nos ocuparemos del principio y fundamento de la crítica al Opus Dei.


A la hora de abordar una perspectiva crítica sobre el Opus Dei, debemos, como hacía San Ignacio al principio de los Ejercicios Espirituales, buscar un principio y fundamento sobre el que construir el edificio. Más concretamente, encontrar ese principio interpretativo que nos permita entender todas las acciones, formas de obrar y aspectos espirituales de la Obra fundada por monseñor Escrivá de Balaguer y que “resolviesen” las posibles contradicciones.


Se trata en este caso de un principio interpretativo ambiguo, que suele funcionar para encubrir todo aquello que no se desea aclarar. Y como ambiguo, también grave, pues compromete la misma autoridad de la Iglesia católica.


Ese principio podríamos formularlo así:


Dado que el Opus Dei ha sido reconocido por la Iglesia, indicando que el Fundador actuó movido por el Espíritu Santo para fundarlo en 1928, entonces, la explicación última de toda doctrina, actuación y comportamiento de la institución viene ratificada por ese designio divino.


Un argumento que desde la Teología y Espiritualidad católicas, no hay por donde cogerlo. Y no hay por donde cogerlo, porque si bien es cierto que la Iglesia declara que los santos al desarrollar obras apostólicas han sido movidos por el Espíritu Santo (gracias actuales, “gratis datae”), ello no implica una declaración de que todos los aspectos de sus obras hayan sido objeto de una novísima “revelación” (como la inspiración de los escritores sagrados). La revelación concluye con la muerte del último apóstol, o a lo sumo, con la muerte del último discípulo del último apóstol. No hay más. Sería adecuado decir que Dios inspiró a San Ignacio un profundo celo apostólico para fundar la Compañía de Jesús. Por contra, sería inadecuado decir que el libro de los Ejercicios le fue inspirado como camino seguro de santidad ratificado por Dios, revelado por Él mismo para quienes entrasen a formar parte de su Compañía, ni tampoco que la hora de oración diaria que San Ignacio prescribe entre en esos parámetros. Más bien, son cosas que pertenecen a la Iglesia como depositaria de los oficios que Cristo le encomendó en orden a la santificación de los fieles. Es decir, cuando un fundador de una orden prescribe unas normas de piedad, la eficacia de éstas están en relación de dependencia con ese oficio sacerdotal de la Iglesia, y en absoluto con una pretendida “virtud” contenida en esas mismas normas, derivada de una revelación otorgada al fundador de dicho instituto.


Esto cae de cajón. Sin embargo no sucede así en el Opus Dei.


Cualquier miembro del Opus Dei aceptaría esto en principio. Pero lo aceptaría para todas las demás instituciones y obras de la Iglesia. Cuando se trata del Opus Dei, esto es distinto. Cada norma de piedad, cada costumbre, hasta incluso la manera de decorar una habitación, lo “vio” el Fundador. Con estas metáforas floridas lo que se dice es algo sumamente ajeno a la enseñanza pública de la Iglesia sobre tales puntos, y crea en muchos de los miembros del Opus o bien una soberbia espiritual completamente endogámica acerca del sentido que estas cosas tienen en la vida de la Iglesia, o bien un escrúpulo insuperable cuando se trata del cumplimiento de dichas normas. Se olvida la función que tales prácticas tienen en la realidad, centrándose en el hecho de que son lo que “Dios ha querido para que hiciesen los miembros de la Obra”.


Este principio lo veremos repetido en muchos otros casos.


Cuando la estructura misma del Opus Dei no coincide con lo que la Iglesia en el Derecho dice lo que es el Opus Dei, el Opus lo acepta de cara a la galería. Hacia adentro lo que se considera es que “no comprenden el espíritu” y actúan siguiendo estrictamente el principio enunciado. Tanto es así, que al contemplar la vida del Fundador, no existen hechos arbitrarios, o simplemente neutros; absolutamente todos los hechos acaecidos en la vida del Fundador son fruto de la intervención divina para estructurar el Opus Dei tal como se le conoce a día de hoy. De ahí que muchas veces esta convicción tenga primacía sobre aspectos básicos de la moral, como es la distinción entre fuero interno y externo, el deber de veracidad y transparencia sobre aquellos sobre los que se tiene una responsabilidad espiritual, etc. Si algo va a resultar extraño, se oculta hasta que la persona lo entienda o lo asuma, en definitiva porque Dios lo ha querido así, porque nos lo ha manifestado a través de la persona del Padre.


Pondré un ejemplo bien conocido de este asunto: el Paso de los Pirineos. El paso de los Pirineos siempre se ha presentado como una moción del Espíritu Santo para que el Fundador pasara de la zona republicana a la zona llamada nacional. Entre toda esa maraña de anécdotas, la rosa de Rialp, etc., se olvida algo muy básico. Lo que hizo monseñor Escrivá fue algo muy común, que no era sino “pasarse” al bando en el que podría evitar represión política por su condición de sacerdote. Algo tan básico que jamás se dice. Parece demasiado obvio y demasiado humano. Si el Padre lo hizo, tiene que haber sido fruto de la voluntad de Dios.


Como se puede ver, el problema no está, como se ha dicho varias veces aquí, en determinar la ideología político-social del Opus Dei. Ése suele ser el problema para entender correctamente esta institución. Quienes se mueven por la ideología, habitualmente su objeto de comprensión suele ser su idea, y eso les lleva a interpretarlo todo desde ese parámetro. Para comprender el OD, hay que entenderlo “desde dentro”, y la crítica no puede ser sino desde una perspectiva teológica y eclesial; si superara ésta, todo lo que se dice del OD podría, en efecto achacarse a problemas personales o a frustraciones de personas muy ideologizadas.


Pero no es así, y es justamente esto último lo que utiliza el OD como “arma disuasoria”. Si entramos en los testimonios de ex-miembros, algunos con cargos importantes en la institución, como Directores locales, miembros de Asesorías regionales, o incluso algún Vicario regional, vemos que todas las críticas confluyen de uno u otro modo en estos puntos que acabo de indicar, amén de que se distancian ostensiblemente de la doctrina y praxis católica acerca de los mismos.


Nótese además la ausencia de ideologización en tales testimonios, pues podemos encontrarnos desde clérigos a personas que debido a la irritación que el OD les ha producido, han quedado como cadáveres a su paso, no queriendo pensar más en un posible camino de vida cristiana: el “rejalgar” del que hablaba del Fundador, efectivamente les ha producido un sentimiento de aversión a todo lo que les recuerde al paso por esa institución.


Esta coincidencia de testimonios no es casual, y el mecanicismo espiritual, el puritanismo ascético e ideológico, la postura cínica, la corrección social y el “si te he visto no me acuerdo”, no son sino consecuencias de praxis inadecuadas a la praxis católica e incluso desde los requisitos mínimos de una vida humanamente saludable, desde el punto de vista psíquico y emotivo.

martes, 26 de julio de 2011

Espiritualidad laical: cualidades del trabajo

Continuamos con con la publicación de textos de Sertillanges.

El sol es el regulador de la vida; se nos antoja como la Providencia; el hecho de que a través de su curso abarque a la vez el ocio y el trabajo, es como una invitación para enmarcar uno y otro en el orden divino, de tal modo que se les comunique un valor decisivo.

Bello era, en su nacimiento, el ángel de Chartres colocado en la arista de su promontorio de piedra; luego, con su juventud heroica y su viril sonrisa, indicaba la superioridad del hombre sobre el tiempo. Tres siglos más tarde, un genio desconocido le puso en la mano el reloj de sol, y, vedlo dueño del tiempo en nombre de aquellos viandantes que a su sombra acoge la catedral.

Se sabe que todos los oficios están representados en la nave ingeniosa que, al mismo tiempo que la sirve, simboliza la vida entera unida a la vida eterna. El reloj de sol llevado por un ángel sonriente adquiere un sentido inmenso. ¡Mortales —parece decir—, no os acalenturéis ante vuestros trabajos, ni en el curso de vuestra obra; trabajad noble y tranquilamente; sed dueños de vosotros mismos aun en la prisa y en el trabajo; guardad el alma libre y serena a pesar de vuestras cargas!

Poder ser esto, es la cualidad más profunda del trabajo. Su origen primero nos lo indica. El trabajo es la continuación del acto creador, del «fiat» que hizo a la Humanidad, y que ahora quiere que por nuestro propio esfuerzo todas las fuerzas de la naturaleza nos estén subordinadas. Esta consecuencia humana del Génesis, ¿no deberá desarrollarse según el espíritu de su origen? La Sabiduría creadora se nos representa como «complaciéndose en el orbe de la tierra»; de igual modo se ha de complacer la sabiduría humana, obrando con libertad y alegría en los sudores y en los apuros.

Ninguna contradicción hay en ello. El apóstol que «sobreabunda de alegría en medio de las tribulaciones» no se entristece, sin duda alguna, cuando cose sus tiendas de campaña. Uno se lo imagina cantando muy gustoso, a no ser que «eZ cuidado de todas las Iglesias» o un dolor ajeno le oprimiera y angustiase. Repugna imaginarle trabajando febrilmente, agotándose de fatiga, alterando el sano ardor que Dios ha puesto en nosotros, consintiendo en el desperdicio de su fuerza —que el abuso no puede menos de arruinar— siendo así que Dios cuenta con ella. «Es sabio entre los hombres aquel que ve el descanso en el trabajo y el trabajo en el descanso», dice el Bhagavad-Gita.

La cualidad complementaria de esta primera disposición —antagonista en apariencia y sin embargo tan semejante— es el celo que se opone, no a la noble tranquilidad, sino a la pereza. La tranquilidad une el tiempo con la eternidad; la pereza lo pierde. Perder el tiempo, —en el sentido más riguroso de la expresión— y perderse a sí mismo —átomo arrastrado por el tiempo— es exactamente lo mismo. De este modo queda arruinada la única probabilidad que se nos dará en todo momento para aproximarnos a lo eterno, y basta que esta situación se prolongue para extraviarnos para siempre.

Pero esto sólo es verdadero cuando es llevado al extremo. Y es difícil que se pierda el tiempo hasta este punto. El mal mismo exige trabajo, y el bien tiene facetas poco atrayentes. Siempre la pereza será un pecado capital, pecado y padre del pecado, robo y asechanza de la vida. El ardor del trabajador celoso ocupa el otro extremo.

Entre los dos está la inconstancia, pariente del trabajo sin tesón, y de la pereza sin sucumbir a ella por completo. Llamo inconstancia, de una parte, al trabajo que, impetuoso al principio, en seguida flaquea; y por otra parte, ese trabajo nunca serio y siempre flojo que hace de su ejecutor un «aficionado». En este sentido, son más enemigos del trabajo los inconstantes que los perezosos; pues no solamente abandonan su profesión, sino que la echan a perder. Como toda apariencia sin realidad, su falso aspecto es una traición, una deserción hipócrita que sueña con la victoria.

Piénselo bien el trabajador novel; venir a parar en la holganza presuntuosa, en el oficio de tábano; o bien entregarse antes de concluir, ceder por laxitud moral o por pasión; es pecar simultáneamente contra sí mismo, contra el prójimo y contra Dios. El trabajador cristiano es de otro linaje.

Para acabar, existe el trabajo que ni siquiera puede ser calificado según el hombre porque es inhumano, trabajo extraño al espíritu de trabajo, puesto que escapa aun al espíritu más simple; me refiero a ese trabajo automático, a esa especie de embrutecimiento regular que ninguna belleza moral produce. Así trabajan los brutos, así dan vueltas a la noria el asno o el perro, y el elefante transporta los maderos. Hay en ello un verdadero aniquilamiento de la persona, y esto es lo que a nosotros —católicos sociales— nos hace odiar todo aquello que constriñe de alguna manera a serlo a esos desgraciados a los cuales se priva así —por un pedazo de pan— de su condición de hombres. Pero esto mismo nos hace también dirigirnos hacia el trabajador si es que es víctima, y con mayor razón si es dueño de sí mismo, para decirle: «ser libre, sé libre; ser espiritual, no te hundas ¡por favor! en un trabajo sin alma, que te hará semejante a la herramienta que manejas, que te envilecerá, si miras tu condición de hombre, de cristiano, de predestinado —¡sí, tú también!— a la vida inmortal».

Está de moda buscar el modo de organizar los ratos libres; altos funcionarios son creados con este fin y se les desea éxito en sus iniciativas; pero de buena gana se les gritarla: «Consagrad una parte de estos nuevos ocios a hacer gustar la nobleza del trabajo, su sentido humano, y si es que todavía no lo habéis relegado vosotros mismos a la categoría de quimeras, su sentido divino».

Cuando, herramienta en mano, el trabajador se sienta en unión con las fuerzas universales, con el Espíritu creador, con el alma de los sabios, de los poetas, de los inventores, de los héroes y de los santos; cuando le parezca estar su taller en comunión con el Palacio Municipal y el Templo, su canción unida a la salmodia y al canto dominical, su alma en la comunión de los santos, en la Iglesia visible, y todo su ser, su ser entero en Dios, ese día el trabajador será el hombre completo, el hombre admirable evocado por su mismo nombre en el espíritu del pensador católico, Será el valor más grande que se pueda apreciar, y la humillación pasajera del trabajo no hará mella alguna, porque el hombre no se valora por lo que hace sino en razón de lo que es. Ser grande es hacer todo con grandeza: engrandeciendo lo pequeño y poniendo a su altura lo grande.